Manuel Núñez Bernal, natural de Almeida (1615?, 1655), 40 anos, mercador

Dele não consta sequer uma entrada na internet. São omissos tanto o Dicionário Histórico dos Sefarditas Portugueses, quanto o Dicionário do Judaísmo Português e a História dos Judeus Portugueses, de Carsten Wilke. Não consta também das histórias de Meyer Kayserling, de Mendes dos Remédios ou J. Lúcio de Azevedo. O que só mostra – tudo somado – o que muito bem se sabe: o quanto há ainda por fazer, por muito que já esteja feito, e muitas vezes muito bem.

Deixo de lado a vasta problemática dos criptojudeus na Espanha moderna – em esmagadora medida uma questão de judeus portugueses – e vou directo ao assunto. Sem muitas pinças e introduções: para quem se interessar, o tema tem merecido aturada investigação histórica, e nela têm lugar fundamental dois nomes: Julio Caro Baroja, com o seu monumental Los Judios en la España Moderna y Contemporánea, em três volumes, e Antonio Domínguez Ortiz, com extensa obra, e esta, em especial: Los Judeoconversos en la España Moderna*, que me fez cruzar com ele: Manuel Núñez Bernal. A fonte primária é um relato do Doutor Nicolás de Vargas, médico no Tribunal do Santo Ofício de Córdova, à época do auto de fé: 3 de Maio de 1655. O título do referido relato é ele, por si só, um epigrama sobre uma faceta do barroco ibérico. Reproduzo, pelo estilo inimitável: Triunfo gloriosamente grande, demostración heroicamente religiosa, azote pavoroso de ignorante malicia, castigo de la perfidia judaica, juicio tremendo de las venganzas de Dios.

O que me importa, agora, é este nome: Manuel Núñez Bernal. Domínguez Ortiz conta assim, e eu não vou traduzir tão límpido castelhano.

Como muestra de lo que eran estos autos [autos de fé] voy a resumir el relato que se imprimió acerca del celebrado en Córdoba el 3 de mayo de 1655. Su celebración se publicó el 30 de marzo antecedente, y en seguida se empezaran los preparativos, una vez obtenido el perceptivo permiso de la Suprema Inquisición. Se avisó al obispo de la diócesis y al Ayuntamiento para que prestasen su concurso, y se recordó a los familiares y comisarios [funcionários da Inquisição] del partido de Córdoba la obligación que tenían de asistir. En la Plaza de la Corredera, la más espaciosa de la ciudad, se levantaron las plataformas y graderíos de madera, defendidos por un gran toldo de los rayos del sol.


Desde días antes de la celebración reinaba en Córdoba una expectación semejante a la que en nuestros días rodea un decisivo partido de fútbol. Se aseguraba que habían llegado ochenta mil forasteros (exageración andaluza), entre ellos algunos señores de la mas alta nobleza, como el marqués de Priego, a quien se confió el encargo de llevar el Estandarte de la Fe en la procesión, distinción que admitió agradecido, haciendo partícipes de ella a sus parientes el duque de Cardona y el marqués de los Vélez, que llevarían las borlas del estandarte. Llegó también el Generalísimo de la Orden de San Francisco, que no quería perderse tan lucida función, y el dominico fray Enrique de Santo Tomás, a quién se encomendó el sermón. Es de imaginar el trajín de idas y venidas, cumplidos y ceremonias que ocasionaría la visita de tan ilustres huéspedes. La distribución de asientos se hizo con suma atención para no desairar a nadie, pues en punto a etiquetas aquella sociedad era muy puntillosa.

La víspera del día señalado salió de los Reales Alcázares, morada de la Inquisición, una lucida procesión, acompañando a una cruz cubierta de negros velos «que eclipsando las soberanas luces de su esplendor, influía horrores, ocasionaba sentimientos y provocaba venganzas». Tras largo recorrido acompañada de música y de infinito pueblo, quedó colocada en el tablado de la plaza, y allí se celebraron misas durante toda la noche.

El 3 de mayo muy temprano se fueron sacando los presos a la luz del día de la que tanto tiempo habían estado privados; a cada uno se colocó su insignia, según sus delitos, entregándolo a la vigilancia de dos familiares [funcionários locais]. «Iban los reos en cuerpo, velas de cera amarilla en las manos, apagadas como su caduca Ley y sogas a la garganta». Les seguían veinte estatuas de difuntos y ausentes, y tres mujeres condenadas a relajación [à morte, a ser executada pelas autoridades seculares], que por haber pedido misericordia serían estranguladas antes de entregar sus cuerpos a las llamas. Las asistían muchos religiosos para consolarlas y mantener su perseverancia. De los relajados varones uno había también aceptado dicha mitigación, mientras el otro, Manuel Núñez Bernal, portugués vecino de Écija, se mantenía aferrado a su fe.

Judío tan pertinaz que asistido toda la noche en la Inquisición y todo el día en el cadalso de religiosos graves y santos, cuya predicación derritiera bronces y ablandara escollos… cansados de su protervia se retiraban confusos.
No agradaba a los inquisidores que se dieran estos casos de entereza y por eso agotaban todos los medios para probar la eficacia de su pedagogía, que mezclaba el terror y la persuasión para la conversión de los condenados, siquiera fuese aparente y motivada por el temor a las llamas.

El auto duró desde las nueve de la mañana a las nueve de la noche, relevándose los escribanos en la lectura de las sentencias. Fueron despachados con rapidez los tres bígamos, las cuatro hechiceras y una berberisca. Los judaizantes eran 78, treinta y seis mujeres y cuarenta y dos hombres, todos portugueses, aunque no pocos nacidos en España de familia portuguesa, muchos emparentados entre sí. Los había de Baeza, Cabra, Andújar, Écija y otras ciudades andaluzas, mercaderes en su mayoría. Las penas más frecuentes, cárcel y destierro, agravadas en algunos casos con multas y azotes.

Antes de terminar el auto, los relajados fueron conducidos al campo donde se habían de verificar las ejecuciones; primero fueron agarrotados el hombre y las tres mujeres que habían confesado sus errores. Se dejó para el final a Manuel Núñez Bernal, que seguía impenitente; era portugués, natural de Almeida, de 40 años, mercader, vecino de Écija. Salieron también al auto las estatuas de su cajero y de un criado que evitaron el castigo con la fuga. Su mujer y una hija suya fueron reconciliadas, pero él se mantuvo firme y se dejó quemar vivo con admirable entereza.

* A acrescentar mais recentemente: HUERGA CRIADO, Pilar, En la raya de Portugal, solidariedad y tensiones en la comunidade judeoconversa, Salamanca, 1993. A lista de historiadores que se dedicaram ao assunto é, porém, muito longa: Y. Baer, H. Beinart, E. Benito Ruano, B. Bennassar, J. C. Boyajian, J. Contreras, F. Chácon, J. P. Dedieu, J. I. Israel, H. Kamen, H. Ch. Lea, B. López Belinchón, H. Méchoulan, G. Nahon, B. Netanyahu, J. Pérez Villanueva, M. Schreiber, Y. H. Yerushalmi, para referir muito selectivamente alguns dos autores mais importantes.
publicado por Jorge Costa às 21:41 | comentar | partilhar